De niña, yo era muy mal en los deportes. Quiero decir muy mal. No podía andar en bicicleta sin ruedas de entrenamiento hace que tenía nueve años.
Entonces, yo (y mi mamá) tenía bastante ansiedad cuando, cinco años más tarde, mi amiga me invitó a su fiesta de cumpleaños… en una pista de hielo.
Para la sorpresa de todas las personas que me habían conocido durante los catorce años anteriores — sobre todo yo misma — ¡me gustó mucho!
Es importante señalar que por eso no quiero decir que fuera uno de estos momentos mágicos de película en la cual el/la protagonista, sin haber mostrado ni la mínima destreza relevante, empieza a hacer algún deporte y acaba en los Juegos Olímpicos.
Todo lo contrario: me caí un montón de veces (creo que como 12), y esto después de que dejé de agarrarme a la pared, que hice durante la primera mitad de la sesión.
A pesar de que era patente que yo no tenía ningún talento para ello (seguía cayéndome como 10 veces cada sesión, y no precisamente por haber intentado movimientos difíciles), mis padres me apuntaron a una temporada de clases de patinaje.
Durante dos años de patinar de forma medio regular, nunca logré más que un salto básico. Pero era todo un hito para mí. Por primera vez en la vida, me gustaba, y yo quería hacer, algo que me era muy difícil.
Y esto lo cambió todo, porque aprendí a aprender.
Haber hecho algo así es muy útil si más tarde quieres aprender un idioma. Te enseña hacer cosas como:
Identificar tus capacidades, y utilizarlas
Yo no tenía ninguna capacidad natural para patinar. No era de los que pueden mejorar sus saltos con su habilidad natural para hacer piruetas, ni de los que pueden emplear un deslizamiento bonito para usar la misma posición en un giro.
Si tuviera una capacidad, era precisamente esto de pensarlo todo demasiado. Pero esto me ayudó, porque me permitía…
Identificar tus debilidades, y mejorarlas
Aunque en cierta medida no aprendí a hacer muchas cosas en el patinaje, dentro de esta actividad que hacía mal pero que quería tanto hacer, había destrezas individuales que hacía mal pero que quería tanto hacer.
Por ejemplo, patinar las cruces en curva. Me fue increíblemente difícil cruzarme los pies. Practiqué un montón de veces agarrándome a la pared, estando en pie pero sin moverme, y después moviendo a una velocidad minimísima (sé que “minimísima” no es una palabra, pero tuve que inventar una palabra para expresar lo patético que era esta velocidad).
Realmente luché mucho para lograr lo que era una habilidad básica. Y lo logré. Después de varios meses, podía hacer el paso de cruce, después por el otro lado, y algunos meses más tarde patinando hacia atrás. A partir de esto, aprendí varios otros pasos, tales como los chasse. De hecho, se convirtieron en uno de mis elementos favoritos.
Esta capacidad para identificar y mejorar específicamente las áreas débiles me ayudó con el idioma que estudiaba en precisamente aquellos momentos: el latín. Como nuestra tarea en este idioma consistía en traducir fragmentos de texto, yo notaba las partes más difíciles para mí, e hice esfuerzos especiales para desentrañarlas y después aprenderlas.
Intentar sin las expectativas excesivas
Yo era de estas niñas que se ponen expectativas muy altas en los varios campos de la vida. Estudiaba mucho para entrar en la uni. Quería ser escritora, e intenté publicar mis cuentos.
Nunca había hecho algo, queriendo aprender, pero sin necesariamente tener una expectativa súper alta.
Aunque es bueno hacer metas, también creo que puede ser un problema justo cuando empiezas a aprender un idioma. Demasiados adultos no quieren aprender otro lenguaje porque “nunca lo hablaré como alguien que lo ha hablado desde niño”; es decir, “perfectamente”.
Cuando empezaba a aprender español, estudiaba mucho porque me interesaba intrínsicamente y quería ir a España. Si hubiera aspirado a llegar a un nivel perfecto, no lo habría hecho, y no habría llegado al nivel que tengo, ni tenido las experiencias que he tenido.
Como hacer un deporte de forma recreativa, aprender un idioma no es una competencia. Es genial mejorar haciendo algo sabiendo que nunca serás perfect@.
Bonus lección aprendida
Aunque no tiene que ver directamente con aprender idiomas, quisiera añadir algo sobre hacer ejercicio. Por las experiencias que mencioné al principio de este post, hasta la edad de 14 años, yo no me interesaba mucho en la actividad física. Básicamente, era una nerd que leía y escribía cuentos.
Me sentía excluida de los deportes, al no hacerlos bien, y como muchos nerds esto iba más allá que los “deportes-deportes” competitivos y en equipo – pensaba que no me importaba la actividad física. Pero al aprender a patinar, me di cuenta de que me ayuda mucho moverme, aunque no hago ninguna actividad física con mucha destreza.
Así entonces, estas son las cosas que aprendí de ser una patinadora mala pero determinada, que después me han servido para aprender idiomas. Espero que este post te anime a hacer las cosas que son difíciles para ti.